
Anariel despertó sola.
La luz del dia se filtraba por las
rendijas de la ventana. Estaba semitachonada por un tablon podrido, y
las partículas de polvo flotaban girando lentamente en los delgados
rayos luminosos. Vestigios de un tiempo en que se hacia lo que se
podia, con lo que habia.
Se incorporó en la cama. Olía a noches
pasadas, a pasión, a cadenas, a sensaciones perdidas, acabadas.. no
controladas, imágenes de escenas que parecían imposibles.
Sus
pequeños pies se posaron sobre los carcomidos tablones del suelo, y un
reguero de seda azul claro de su camison dejaron una estela en el sucio
piso.
¿A quien habría pertenecido antes? ¿Que mujer habría
sufrido a manos de Kira un tormento para que ella lo llevase? A veces
al tocar una prenda de las que le traían de los botines, un objeto, un
grito resonaba en su mente, o la sensación negativa que esta desprendia
le obligaba a arrojarla lejos.Durante mucho tiempo había tenido un solo
vestido, hasta que este dejó de serle util.
Aquel camison no le
decia gran cosa, se sentía comoda por eso lo llevaba,hacia ya algunos
meses, la habían traido, con lo puesto desde el Reino del Oeste para
entregarla a su nuevo amo Kira, el sanguinario , el déspota, sin gran
cosa mas que sus útiles médicos, asi pues carecía de vestuario propio y
estaba acostumbrada a llevar cualquier cosa.
Y aun estaba viva, sorprendente, y mas sorprendente aún sin graves daños.
Se
contaban cosas espantosas de aquel hombre, tan horrendas que los viejos
hablaban en voz baja y las mujeres fingian no escuchar. Tan macabras
que mucha gente giraba la cabeza al oir su nombre.

Y aquel era su amo, y cada mañana, durante muchos dias despertó pensando "hoy sigo viva".
Se
acercó a la ventana. Un olor a barniz y rancio se adueñó de la
estancia. Tampoco es que hubiera mucho mas que ver, porque detras de
ella solo una cama destartalada (que en tiempos debió ser magnífica) y
una pequeña mesa con su silla, dominaban el lugar. Anariel, no tenía
armario, pero en cambio si tenía un botiquin , cuya limpieza y brillo
de los instrumentos contrastaba con el ambiente. También tenía una
bañera de plata y un cepillo lacado, cosa que habría sorprendido a
alguien si hubiera visto aquella habitación. Las cosas de Kira, a veces
le traía cosas nuevas en un intento de agradarla.
La elfa pensó
en aquel momento lo extraña que era su vida. Durante meses había
deseado morir, o matar a su amo, lo cual venía ser lo mismo, y sin
embargo ahora deseaba mas o menos lo mismo pero con una variante.....
que no habría podido hacerlo.
La primera vez que había oido los
gritos, se había encogido sobre si misma durante toda la noche. Su
dueño no solía ser amable con sus víctimas, y ella no podía hacer nada
por ayudarlas. A veces, le traian mujeres de enormes ojos llorosos, o
niños asustados, o incluso hombres con graves heridas de pelea. Parecía
extraño pero Kira tenía un extraño código de honor en el cual
determinadas personas merecían la vida o una muerte digna, que
curiosamente para el era casi lo mismo.
Después se acostumbró a
su voz ruda, a verlo deambular con aquellas mujeres que formaban parte
de su compañía. Y aprendió a dominar la rabia. Dejo de importarle, o
eso creyó durante un tiempo , hasta que se derrumbó y tuvo que admitit
que amaba a un monstruo.
Pero el Monstruo, cambiaba junto a
ella. La miraba, la acariciaba el pelo y cuando ella lo oia soñar a
traves de las paredes, veia al niño torturado por unos padres que
habian creado un azote para el mundo.
Kira no estaba loco. Ella
lo sabía, y también sabía, que en su cordura habitaban muchos seres aun
peores que el, y que un día quizás ella no amanecería.
Habría que aprovecharlo mientras pudiera.
Tiró
del tablón que cedió por un lado, dejando que la luz dorada del
amanecer le acariciara el brazo y el cuello. Imágenes de la noche
anterior pasaron por su mente. Su olor, sus brazos...aquellos brazos
que habían causado tanta desgracia, a ella la protegían...
Era curioso...El tablón medio carcomido, cedió por el otro lado y la estancia se hizo mas acogedora, moldeada por unas manos mas amables.
Los fantasmas se disiparon.
Anariel volvió a la cama y se tumbó en ella.
Al fin y al cabo había que disfrutar las cosas mientras se pudiera, y el amor era ciego, decian.

A varios centenares de metros un hombre acababa de abatir a un par de
hermanos. Echaba en falta algo, pero no sabia muy bien que, o no quería
reconocerlo.
Sacó la espàda ensangrentada del cuerpo del joven,
y un rayo de luz brillo de lleno en ella reflejando el oro sobre el
metal bruñido.
El amor era ciego decian.
Eso dicen.
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