Notó el olor del caro perfume de Natasha antes de que ésta le cogiera del brazo. Aún en su cuerpo de glabro, la mujer no era más alta que él mismo en su forma homínida. Su cuerpo natural era bajito y enclenque, pero el intermedio le daba la apariencia de una atractiva modelo, al menos eso era lo que le había dicho Drackk, aunque no con esas palabras. Las dos mujeres de su manada eran como la noche y el día. La rubia, de carácter oscuro y misterioso, fuerte y sensual, era hija de la tribu de los Señores de la Sombra. Andaba siempre en el tenue filo entre la lealtad y la traición, entre la humanidad y la arrogancia, entre el bien y el mal… Ese velo de misterio que la cubría la convertía en una seductora depredadora. Irradiaba confianza por todos los poros, pero provocaba desconfianza en los demás. Herencia de su tribu, pensó Gabriel.
-Gracias, -Le dijo a la mujer.- por acompañarme.
-Disculpa, -Le contestó ella.- No te estoy haciendo ningún favor. Yo tengo ojos y tú no llevas zapatos de tacón. El uno por el otro ¿no?
Gabriel sacudió sus orejas de lobo. La voz de la mujer era tan áspera y siseante que le resultaba incómoda, pero de alguna manera el hecho de saber que no le guiaba por pena u obligación lo confortó. Se sintió a gusto con ella… quizá por primera vez. Cubrió con su garra de crinos la delicada mano de la mujer.
-Disculpa, -Masculló ella a su lado.- no me toques. Estás lleno de sangre.
-Eeeh… -Se disculpó él, enrojeciendo.- perdón…
-No importa. –Susurró ella.
Gabriel no había escuchado un tono tan dulce en su voz. Natasha. Otro peculiar elemento de la manada de la Luna Fría, pensó.
-¡Vaya! –Dijo sorprendida Lanegra.- ¡Habéis conseguido el espejo!
-Noz tendráz que ezplicar como funciona. -Le pidió Artemisa.
-Sí. Es fácil pero requiere mucha concentración. Para entablar la conversación, concéntrate cómo para entrar en la Umbra. Pide contactar con la otra mitad del espejo. Requiere mucho esfuerzo y puede llegar a debilitarte, úsalo con cuidado.
Artemisa normalmente no podía hacer gala de un alto grado de concentración, pero su determinación era muy férrea, lograría usar el cachivache. Demothy a su lado prendió un cigarrillo.
-No te preocupes, Artemisa, a mi se me da muy bien concentrarme en algo, ya me encargaré yo. –Le dijo, exhalando una larga calada. –Por cierto, antes de irnos de nuevo para Barcelona, deberíamos probar de saber algo más del armotherm, la sustancia esa con olor a rosas.
-Puez le mandé una mueztra a unos colegaz de un laboratorio… -Dijo la mujer, pensativa.- A lo mejor me han enviado un mail, pero cómo aquí no hay internet…
-Si bajas un par de kilómetros hacia el sur, cerca de la ciudad, puedes coger alguna red ¿No te habrás traído algún ordenador?
-Pachiego se ha traído el suyo. –Dijo Demothy, mordaz.
-¿Pretendez que le pida el ordenador al vazco eze? –Dijo ella alarmada.
-A ver si aprendéis que somos un equipo. Esto no puede seguir así. –Le contestó su alfa. Artemisa buscó a Lanegra, implorando ayuda, pero ésta la miraba con una sonrisa condescendiente.
-Joder, vale, ze lo pediré…
Lo buscó con los ojos y lo encontró varios metros más allá, sentado, escuchando los sonidos de la noche. Se le acercó. Tenía al lado un plato de madera con varios pedazos de carne y queso, y una jarra enorme de vino. Tarareaba una canción. Artemisa carraspeó.
-Pachiego, -Le interpeló, usando el tono de voz más diplomático que pudo conseguir.- Demothy me ha pedido que revize mi correo por zi he recibido rezpuesta zobre el armotherm. ¿Me podríaz preztar tu portátil?
Pachiego tardó en contestar. La miró fijamente y sin apartar sus ojos de ella, tomó un largo trago de vino. Artemisa luchaba por contener la rabia.
-Mi portátil, ¿Eh?... Pues ¡Ahíva la ostia! Hay cosas en él que no tienes por que chafardear, joder.
Artemisa luchó con el acuciante deseo de degollarlo allí mismo. Por mucho que hiciera, por mucho que dijera, no conseguiría nada de él. Y si le atacaba, sólo por su corpulencia, Pachiego estaría con ventaja. No, pensó, debe haber otro modo, Lanegra no actuaría así, una Furia Negra no actuaría así, no se resignaría a ponerse a su nivel. Piensa, se decía a si misma, algo tenía que haber para que el Fenris le cediese… ¡Claro, la Letanía!
-Me lo ha pedido Demothy… ¿Estáz dezafiando a tu alfa?
La sorpresa se reflejó en el rostro del de la chapela. Miró a su plato sin decir nada, pero a la mujer le pareció que dentro de él había una lucha de intereses.
-Demothy Monoquebailaenelojodeltigreborracho, -Dijo Pachiego, más para sí que para su contertulia. Pareció que volvía a la realidad.- De acuerdo, pero dame unos momentos para que borre cierta información que no quiero que tú veas. –Dijo, reforzando el tú de tal manera que casi hizo que la mujer perdiese el control.– Espera aquí.
El lobo avanzó sobre sus dos piernas. Llevaba observándolos mucho rato, desde que habían regresado al túmulo manchados de sangre, con un fetiche de espejo de concha. La mujer morena se había ido, pero el alfa, ese muchacho humano con trenza, era el que a él le interesaba. Era el alfa de la manada de la Luna Fría. Hablaba con la mujer de piel oscura. El metis de pelo blanco se rascaba una oreja, ausente. La mujer del pelo rubio miraba a los machos de la manada de Konietzo con un gesto lleno de sensualidad. El chico del cabello en punta seguía con la mirada preocupada a la mujer que se había ido. Él se mantuvo fuera del radio de conversación, decorosamente, esperando que el alfa reparara en su presencia. Se fijó que el muchacho del cabello alzado le dio un codazo en las costillas.
-Tío, -le dijo al joven de la trenza.- que el chorvo parece que tejpera.
El alfa se giró hacia él.
-¿Quieres algo? -Le dijo.
-Acepta mis disculpas, Demothy Monoquebailaenelojodeltigreborracho, si te interrumpo. –Le dijo, bajando la frente en un esbozo de saludo.- Soy Shinji Lobo del Templo. He presenciado el juicio, y creo en vuestra inocencia. Me gustaría poner mis garras y colmillos al servicio de la Luna Fría, a tu servicio, para ayudaros en la misión que os ha sido encomendada.
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