Gabriel guió a los otros siguiendo el rastro de
ese olor. Era altamente desagradable, y más intenso conforme se
acercaba. Humedad y sudor de un animal, de un gran animal, mezclado con
algo de hedor acre. No estaba lejos. Su hocico lobuno notó una
sensación cálida y revitalizante en el frío de esas tierras. Había
accedido a un claro, o al menos a un lugar donde el dosel del bosque no
era tan cerrado. La sensación cálida que ahora sentía sobre su lomo era
la luz del sol. Sus ojos no la podían ver, pero su piel podía notarla.
-¡Ahí delante! –Gritó Demothy.- ¡Una cueva!
Sí, allí era donde estaba el foco del olor que había venido siguiendo.
-Disculpa, -Dijo la voz siseante, aún en su garganta de lupus, de
Natasha.- no me fío de entrar ahí dentro. Huele muy mal y no habrá
espacio para disparar.
-Podemo probá de sacar al bisho pa fuera. –Dijo Drackk.
-¡Ahíva la ostia! ¿Y que propones, Drackk Colmillo Blanco? ¿Que nos
pongamos a asar unos salmones a ver si al oso le entra hambre y sale,
joder?
-No, Pachi, eso no, pero estoy de acuerdo en hacerlo salir. –Dijo
Demothy.- Dentro no tendremos espacio para pelear y el oso tendrá
ventaja.
Gabriel pensó que era buena idea. Con una hoguera, tal vez…
-Recojamos ramas verdes y matojos. –Dijo el alfa cambiando a forma crinos.
-¿Qué tienez en mente, Demo? –Preguntó Artemisa, con voz juguetona.
-Propone que hagamos una hoguera. –Le explicó Gabriel.- Para que el oso se despierte y salga.
Escuchó los cuerpos de sus compañeros cambiando a una forma con dedos
prensiles, casi todos en forma guerrera, menos Natasha que volvió a su
eterna forma de glabro, y Artemisa que conservó la forma de lobo. Los
escuchó afanándose en recoger lo que el indio les había pedido. Gabriel
dejó que su cuerpo volviese a su cuerpo natural de crinos y empezó a
palmear a los lados. Su mano tocó el tronco de un árbol y por el tacto
supo que se trataba de algún abeto. Demothy había dicho que debían ser
ramas verdes. Claro, para que humearan más. El abeto era un árbol
perenne. Alzó las manos y se agarró a una rama. Tiró de ella hasta que
con un sordo crac se rompió. Era una rama muy grande. La acercó a su
rodilla y la partió por la mitad. Dio media vuelta y siguió el olor
hacia la cueva.
-Ya está, -Dijo el alfa cogiendo la rama que traía el metis.- no creo que hagan falta más.
El sonido le indicó que habían conseguido una hoguera de casi un
metro de altura. Escuchó un sonido rasposo en la mano del indio. Estaba
prendiendo el mechero. Cuando oyó el sonido de las ramas de la hoguera
que se movían, supo que la estaba calando fuego a la pira. Empezó a
oler a humo.
-¡Prepararsu! –Dijo Drackk cerca de él.- Er visho no tardará en salí.
-Yo me subiré a la pared de roca, para que así cuando salga… ¡Ahíva la ostia! ¡Le saltaré encima, joder! –Dijo Pachiego.
Escuchó sonidos de pasos y unos correteos de lobo. Hacía poco
tiempo que conocía a sus compañeros, pero gracias a su memoria era
capaz de recordar y reconocer el sonido de cada uno al andar. El ahroun
se situó al lado de la puerta de entrada a la cueva, Natasha, alejada
de la hoguera, había preparado su pistola y también estaba atenta.
Demothy y Rastalf estaban cada uno a un lado de la abertura, y Pachiego
había escalado la escarpada pared de la montaña para situarse encima de
la entrada, agarrado firmemente en algunos salientes.
-Demo, -Dijo Gabriel al cabo de algunos minutos.- esto no hace suficiente humo.
-No conseguiremos nada así, ¿verdad? –Le contestó el indio.
-¡Que el colgao hecha má humo que la hoguera esta!- Dijo Drackk.
-Sí, ¿Eh? –Dijo Demothy con esa voz del que maquina conquistar el mundo
después de los postres. Gabriel lo escuchó acercarse al hippie.- Rasti…
¿Me puedes dejar eso que tienes en el bolsillo?
-Tío, no lo dices en serio, ¿Verdad? –Dijo éste con una risita nerviosa.- Es un regalo de mis hermanos de tribu.
-¡Rastalf! –Gritó Pachiego con su vozarrón desde varios metros por
encima de su cabeza.- ¡No discutas con tu alfa, joder! ¡Ahíva la ostia!
Y daos prisa… ¡Que se me empiezan a dormir las manos!
Un poco reticente, el hippie sacó algo que sonaba como una bolsa de
plástico. Demothy la abrió y el olor de los cogollos secos de la planta
de maría inundó sus fosas nasales. Enseguida escuchó el crepitar de la
hoguera y el olor inconfundible y dulzón de la hierba llenó el claro.
Gabriel retrocedió un par de metros y volvió a escuchar el sonido de
unas pisadas lobunas… pero que no se movían de sitio. ¿Donde estaba la
Furia Negra?
-¿Artemisa? –Preguntó Gabriel.
-¡Maldita zea! –Contestó ella con su garganta de lupus.
-¿Qué te ocurre?
-¡Que no la alcanzo! –Dijo la mujer con un tono de frustración.- ¡Por mucho que corra, no me puedo atrapar la cola!
-¿Pero no ves que está a punto de salir el oso?
-¡Buá! Me da tiempo a conzeguirlo antes que… ¿Qué ez ezo?
Gabriel agudizó el oído. Unos golpes incoherentes retumbaron en el suelo. Pronto los golpes se hicieron rítmicos y más rápidos.
-¡Ya sale! –Gritó Gabriel.
Un rugido precedió al gran oso gris. Chocó contra la hoguera y
levantó esquirlas de madera y brasas prendidas por todas partes.
Pachiego saltó sobre el animal, pero no contó con los segundos de la
caída, y sólo consiguió arañarle el lomo con sus garras. Gabriel le
esperaba de frente. Cuando llegó a su altura, el oso se encabritó sobre
sus patas traseras. El rugido del oso sonó varios centímetros por
encima de su cabeza de crinos. Era un animal enorme, espléndido. Drackk
intentó desgarrarle la garganta. Pachiego se incorporó y le saltó
encima con las garras preparadas. Demothy lanzó una dentellada al
hombro de la criatura mientras se escuchó el sonido de dos disparos y
el aire se llenó de olor a pólvora.
-¡Lo confeguí! –Gritó la loba Artemisa, como si tuviese algo entre las fauces.
Gabriel intentó un tajo fallido al vientre del animal, pero sirvió para
atraer su atención y que no hiriera a los compañeros. El oso se sacudió
y se quitó de encima a Drackk. Rastalf corrió a ocupar su lugar y le
clavó los colmillos en su ya ensangrentada garganta. De un zarpazo, el
gran animal lo tiró al suelo. Pachiego le clavó las garras en el
costado y el oso rugió de rabia. Al girarse derrumbó a Demothy que
seguía aferrado a él. Llagas sangrantes se abrieron en la carne del
oso. Artemisa, en su cuerpo de lupus, atacó a la garganta del animal.
Drackk le lanzó una garra al pecho que atravesó carne, piel y hueso.
Las fauces del oso, cegado ya por el dolor y por la perdida de sangre,
se cerraron al azar sobre lo primero que encontró… el brazo de Rastalf.
Éste aulló, y con el brazo sano le pegó un tajo en el rostro que lo
cegó. Se escucharon varios disparos. Gabriel hundió las garras en su
torso. Aunque no consiguió acertar a su maltrecho corazón, el oso rugió
débilmente y cayó a cuatro patas. Demothy y Artemisa le desgarraron la
garganta mientras Pachiego hundía sus garras por la espalda. Rastalf se
retiró unos pasos lamiendo los profundos desgarros en su brazo,
mientras el cuerpo inerte de la bestia caía al suelo. Un clac lejano le
dijo que Natasha había vuelto a poner el seguro a su arma. La calma
volvió a la zona, sólo se escuchaba el crepitar de los rescoldos de la
hoguera y las respiraciones de sus compañeros. Se empezó también a
escuchar un murmullo sordo. Unas palabras, una humilde oración:
-…Gracias tío por tu carne, aunque te hayas fumado antes de morir
la mitad de mi bolsa de maría. – Gabriel sonrió ante las palabras de
Rastalf, que pretendían ser la ofrenda póstuma al alma del oso. Se unió
al rezo, silencioso.- Que tu alma vaya en paz al reino de la Diosa
Gaya, y le dices de mi parte que te conserve el colocón, ¿Eh? Que eso
es bueno. ¡Ah! Y te perdono por el mordisco, que ya casi se me ha
curao. Venga, adiós hermano oso.
A Gabriel le gustaba tener en el equipo a un Hijo de Gaya. El
silencio de los demás se extendió más allá del pequeño agradecimiento.
Escuchó un sonido de pasos y una sensación rasposa. Demothy y Drackk
tiraban del cuerpo del animal.
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