Todavía con ojos soñolientos, Pachiego se llevó
un poco de venado frío a la boca. Un trago de vino completó su
desayuno. Escuchaba hablar a Artemisa, cosa que no mejoraba su humor.
Algo de una concha y un tío llamado Paga. Mierda, otra “misión”. No
venía de Phillip obviamente, pensó con un poco de añoranza. Esa mujer
tenía carácter, presencia, madera de líder… que putada que hubiese
resultado ser una zorra traidora. Ahora tenía que soportar las sandeces
de esa perra meliflua, y escucharla explicando sobre su próxima tarea.
Demothy no le diría que no. Bufó sonoramente mientras desenvolvía otro
de su alarmantemente menguada reserva de caramelos de menta.
-Bueno, -Dijo el alfa.- tener localizada a Lanegra no es mala idea.
Quizá sí que debamos hacer una visita a ese tal Paga ¿Te ha dicho donde
vive?
-Zí, ziguiendo la zenda que va en dirección zuroezte. Deberíamoz encontrar zu choza a unoz docientoz metroz.
-¿Quién de vosotros viene a ver ese tal Paga? –Preguntó el indio.
-Yo voy. –Dijo Artemisa.
¡Cómo no! La mojigata se apuntaba a todo aquello que no tuviese
sentido. A él que no lo molestaran, que el venado necesitaba tiempo
para ser digerido y lo que más le apetecía era prepararse una pincho de
hígado de…
-¡Po yo voy tamién!- Dijo Drakk.
-¡Eh! –Escuchó decir a su propia voz.- ¡Ahíva la ostia! Pues si éste va yo también, ¡Joder!
Lanegra le había dicho que dos garou no podían aparearse. Él seguía
fielmente las directrices que la mujer le había dado. En su fuero
interno, su mundo ideal era un lugar ordenado, perenne, agradablemente
monótono. Las reglas y las costumbres eran muy importantes para él. La
brasileña hizo muy bien de encomendarle a él la salvaguarda de la
Letanía, las normas de los hombres lobo. Él haría todo lo que pudiese
para que sus compañeros de manada siguiesen esas normas, no quería más
problemas. Aunque deseaba fervientemente un buen pincho de hígado de
jabalí, su inconsciente había actuado antes que su mente y se había
ofrecido voluntario. Los dos ahroun tonteaban demasiado. Él no
permitiría que transgredieran la Letanía… aunque tuviese que prescindir
de todos los pinchos del mundo.
-De acuerdo, -Dijo Demothy, sacándolo de sus pensamientos.- pues iremos todos. Pongámonos en marcha.
Paga. Un nombre extraño, no parecía noruego. Era metis, como
Gabriel, pero no podía transformarse en humano. Sólo tenía su cuerpo de
crinos. Y estaba loco, al menos eso había dicho Artemisa a los
compañeros. El grueso de la manada se encaminó a una senda medio oculta
que se alejaba del túmulo. Los compañeros tenían todos el aspecto de
homínido, menos Gabriel que estaba como casi siempre en su apariencia
de guerrero. Todavía eran visibles entre su pelaje las cicatrices
rosadas de su combate reciente con Demothy. Podrás desafiar al alfa en
tiempos de paz, rezaba la Letanía… sí, podían considerarse tiempos de
paz.
Avanzaron lentamente por la senda apenas visible. Pasaron por
delante de dos excursionistas que descansaban sobre una roca al sol. No
descorrerás el velo, decía la Letanía… ¡Y Gabriel en su cuerpo de
crinos! Pero los excursionistas les saludaron alegremente y sin
inmutarse. ¡Ah! Eran los guardianes del túmulo. Eran garou como ellos,
seguramente. Desde el camino, a lo lejos, se veía una línea de humo.
Artemisa señaló enfrente y Demothy hacía visera con la mano para
sortear el mordiente reflejo del sol en la nieve. Decidieron salir del
camino y dirigirse a ese lugar. Entre los árboles se divisaba una choza
de maderos irregulares y techo de paja. Las ventanas eran de todo menos
cuadradas y dentro estaba todo oscuro… o quizá es que la capa de
suciedad que se amontonaba en el cristal no dejaba ver. Los compañeros
miraban circunspectos la puerta de entrada. Alguien, Pachiego supuso
que fue la impaciente Artemisa, golpeó la hoja con los nudillos.
No se escuchó nada.
Rastalf se acercó al pomo, y la puerta cedió sin necesidad de
manipular la cerradura, para decepción del hippie. La hoja se abrió con
un chirrido. Un olor mohoso de habitación cerrada y aire respirado
inundó las fosas nasales de Pachiego. Vio desorden, cosas tiradas por
todos lados, toneladas de polvo sobre todas las cosas y varios matojos
de plantas colgados de las vigas del techo… y una gigantesca sombra
sobre la pared del fondo. Un enorme crinos, en apariencia le doblaba su
estatura humana. Los compañeros dieron un paso atrás.
-¿Quieeee eeenaa aaandaaa aaahíuuu?
-¿Erez Paga? –Preguntó Artemisa a la sombra.
El perfil del crinos gigante se achaparró. Durante algunos segundos
perdieron de vista su sombra. Escucharon el retumbar de sus pasos al
acercarse.
-Soooo oooyiii iiiPaaaaagaaa aaauuu uuunoyiiii iiiLlébateee
eeeDooouuu. –Dijo el metis mostrándose finalmente. Resultó ser algo
totalmente inesperado. Su cuerpo de crinos, canijo y enclenque, no
superaba el metro y medio de altura. Vestía una camiseta tan llena de
mugre y tan incrustada entre su pelaje, que Pachiego pensó que casi
formaba parte de su propio cuerpo. Unos pantalones desgastados y raídos
cubrían a duras penas sus piernas. Varias manchas resecas, mezcladas
con otras de lo que parecía ser sangre fresca eran planamente visibles
en todo su atuendo.
-Nos han dicho que tienes el espejo de concha. –Dijo Demothy.
-¿Pooo oorqueee eelooo oopreeeeguntaaauuu…?
-Eztamoz interezadoz en él ¿Cuánto pidez a cambio? –Le pidió Artemisa.
-Ii iiyoo ooonooo oopiiiiidooo oodiiii iinerooo oonuuuuuncaaauuu…
-Entonces –Insistió Demothy.- ¿Hay algo que podamos hacer para que nos des el espejo?
-Puuu uueeedeeeuuu.-Pachiego se estaba poniendo de los nervios. Paga
tenía una voz sumamente gangosa, y su tono fluctuaba arriba y abajo
cómo una pegajosa telaraña mecida al viento.- Mmmeee eeaaapeteee eeceee
eeecarneee eeedeee eeoooosoouuu…
-Disculpa, ¿Estás diciendo que quieres que vayamos a cazarte un oso? –Preguntó Natasha.
-Puuuu uueee eee eeesíuuu…
Pachiego bufó sonoramente. El tío ese estaba loco si por un sucio
espejo, por muy de concha que fuera, pretendía que le trajeran un oso.
¡Un oso! Pedazo de pincho que se podría hacer con un…
-¡Ooo ooo ooosooouuu…!- Lloriqueó Paga.
-¡Vale, vale! –Concedió Demothy.- Te traeremos tu oso ¿De acuerdo?
-¿Ooo ooo ooosooouuu…?
Los compañeros empezaron a salir de la choza de Paga no sin cierta
sensación de alivio. Desde dentro la voz del metis seguía implorando su
oso.
-Bueno tíos, ¿Y ahora que hacemos? –Preguntó Rastalf.
-Pues tendremos que ir a buscar un oso. –Dijo el indio, encendiéndose
un cigarrillo.- Gabriel, ¿puedes oler algún oso desde aquí?
Si no fuera porque una frondosa capa de pelo albino cubría sus
mejillas y sus orejas, Pachiego hubiese asegurado que el metis se había
puesto colorado.
-Es que… -Dijo Gabriel.- … no sé cómo huele un oso.
Los compañeros parecieron meditar unos momentos. Él, personalmente,
no recordaba haber olido nunca un oso, ni en su tierra, Donostia, ni en
Barcelona donde luego se mudó, habían osos. Miró nervioso los
alrededores nevados. ¿Nieve?
-Pero los osos… -Dijo.- ¡Los osos hibernan! ¡Ahíva la ostia, joder!
-Sí, ya había pensado en eso… -Dijo Demothy dando otra calada.- Ni
huellas visibles ni rastro alguno, la nieve se ha encargado de borrar
todas las pistas. Por eso le he pedido a Gabriel que use su olfato, es
mucho más sensible que nuestra vista.
-¡Pero yo no sé cómo huele un oso! –Insistió Gabriel.- ¡Soy un hombre lobo de ciudad!
-Busca un olor de pelo, de un animal muy grande. –Intentó ayudarle
Demo.- Piensa que hace semanas que duerme y no habrá bajado a ningún
río, por tanto el olor será contundente, hasta un poco rancio. También
podrías notar el olor de humedad de su cueva…
-¡Ah! ¿Es eso? –Dijo el metis sorprendido pero alegre.- Ese olor si
que lo he notado, ¡Viene de allí! -Estiró su largo brazo en la
dirección.
-Pues… ¿A que esperamos? –Dijo Monoquebaila cambiando su cuerpo a
lupus. Los compañeros le imitaron y siguieron a la carrera tras su alfa
en la dirección que les había indicado el ciego. Pachiego se demoró.
Contemplaba embobado la colilla pisoteada del cigarrillo que se había
fumado Demothy. Inconscientemente se palpó el bolsillo y tocó dos
bultos que crepitaron. Cogió uno de ellos y lo desenvolvió. Se llevó el
caramelo de menta a la boca y lo royó sin miramientos. Se palpó el
bolsillo y notó con fastidio un único bulto.
-¡Mmiii iiooo ooooosooo ooouuu…! –Decía Paga desde dentro de la
choza. Pachiego bufó de nuevo… y se lanzó a la carrera tras sus
compañeros, también en forma de lobo, hacia las profundidades del
bosque.
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