Lunes, 24 de agosto de 2009
Por Byjana @ 0:47  | Relatos
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Todavía con ojos soñolientos, Pachiego se llevó un poco de venado frío a la boca. Un trago de vino completó su desayuno. Escuchaba hablar a Artemisa, cosa que no mejoraba su humor. Algo de una concha y un tío llamado Paga. Mierda, otra “misión”. No venía de Phillip obviamente, pensó con un poco de añoranza. Esa mujer tenía carácter, presencia, madera de líder… que putada que hubiese resultado ser una zorra traidora. Ahora tenía que soportar las sandeces de esa perra meliflua, y escucharla explicando sobre su próxima tarea. Demothy no le diría que no. Bufó sonoramente mientras desenvolvía otro de su alarmantemente menguada reserva de caramelos de menta.

-Bueno, -Dijo el alfa.- tener localizada a Lanegra no es mala idea. Quizá sí que debamos hacer una visita a ese tal Paga ¿Te ha dicho donde vive?

-Zí, ziguiendo la zenda que va en dirección zuroezte. Deberíamoz encontrar zu choza a unoz docientoz metroz.

-¿Quién de vosotros viene a ver ese tal Paga? –Preguntó el indio.

-Yo voy. –Dijo Artemisa.

¡Cómo no! La mojigata se apuntaba a todo aquello que no tuviese sentido. A él que no lo molestaran, que el venado necesitaba tiempo para ser digerido y lo que más le apetecía era prepararse una pincho de hígado de…

-¡Po yo voy tamién!- Dijo Drakk.

-¡Eh! –Escuchó decir a su propia voz.- ¡Ahíva la ostia! Pues si éste va yo también, ¡Joder!

Lanegra le había dicho que dos garou no podían aparearse. Él seguía fielmente las directrices que la mujer le había dado. En su fuero interno, su mundo ideal era un lugar ordenado, perenne, agradablemente monótono. Las reglas y las costumbres eran muy importantes para él. La brasileña hizo muy bien de encomendarle a él la salvaguarda de la Letanía, las normas de los hombres lobo. Él haría todo lo que pudiese para que sus compañeros de manada siguiesen esas normas, no quería más problemas. Aunque deseaba fervientemente un buen pincho de hígado de jabalí, su inconsciente había actuado antes que su mente y se había ofrecido voluntario. Los dos ahroun tonteaban demasiado. Él no permitiría que transgredieran la Letanía… aunque tuviese que prescindir de todos los pinchos del mundo.

-De acuerdo, -Dijo Demothy, sacándolo de sus pensamientos.- pues iremos todos. Pongámonos en marcha.

Paga. Un nombre extraño, no parecía noruego. Era metis, como Gabriel, pero no podía transformarse en humano. Sólo tenía su cuerpo de crinos. Y estaba loco, al menos eso había dicho Artemisa a los compañeros. El grueso de la manada se encaminó a una senda medio oculta que se alejaba del túmulo. Los compañeros tenían todos el aspecto de homínido, menos Gabriel que estaba como casi siempre en su apariencia de guerrero. Todavía eran visibles entre su pelaje las cicatrices rosadas de su combate reciente con Demothy. Podrás desafiar al alfa en tiempos de paz, rezaba la Letanía… sí, podían considerarse tiempos de paz.

Avanzaron lentamente por la senda apenas visible. Pasaron por delante de dos excursionistas que descansaban sobre una roca al sol. No descorrerás el velo, decía la Letanía… ¡Y Gabriel en su cuerpo de crinos! Pero los excursionistas les saludaron alegremente y sin inmutarse. ¡Ah! Eran los guardianes del túmulo. Eran garou como ellos, seguramente. Desde el camino, a lo lejos, se veía una línea de humo. Artemisa señaló enfrente y Demothy hacía visera con la mano para sortear el mordiente reflejo del sol en la nieve. Decidieron salir del camino y dirigirse a ese lugar. Entre los árboles se divisaba una choza de maderos irregulares y techo de paja. Las ventanas eran de todo menos cuadradas y dentro estaba todo oscuro… o quizá es que la capa de suciedad que se amontonaba en el cristal no dejaba ver. Los compañeros miraban circunspectos la puerta de entrada. Alguien, Pachiego supuso que fue la impaciente Artemisa, golpeó la hoja con los nudillos.

No se escuchó nada.

Rastalf se acercó al pomo, y la puerta cedió sin necesidad de manipular la cerradura, para decepción del hippie. La hoja se abrió con un chirrido. Un olor mohoso de habitación cerrada y aire respirado inundó las fosas nasales de Pachiego. Vio desorden, cosas tiradas por todos lados, toneladas de polvo sobre todas las cosas y varios matojos de plantas colgados de las vigas del techo… y una gigantesca sombra sobre la pared del fondo. Un enorme crinos, en apariencia le doblaba su estatura humana. Los compañeros dieron un paso atrás.

-¿Quieeee eeenaa aaandaaa aaahíuuu?

-¿Erez Paga? –Preguntó Artemisa a la sombra.

El perfil del crinos gigante se achaparró. Durante algunos segundos perdieron de vista su sombra. Escucharon el retumbar de sus pasos al acercarse.

-Soooo oooyiii iiiPaaaaagaaa aaauuu uuunoyiiii iiiLlébateee eeeDooouuu. –Dijo el metis mostrándose finalmente. Resultó ser algo totalmente inesperado. Su cuerpo de crinos, canijo y enclenque, no superaba el metro y medio de altura. Vestía una camiseta tan llena de mugre y tan incrustada entre su pelaje, que Pachiego pensó que casi formaba parte de su propio cuerpo. Unos pantalones desgastados y raídos cubrían a duras penas sus piernas. Varias manchas resecas, mezcladas con otras de lo que parecía ser sangre fresca eran planamente visibles en todo su atuendo.

-Nos han dicho que tienes el espejo de concha. –Dijo Demothy.

-¿Pooo oorqueee eelooo oopreeeeguntaaauuu…?

-Eztamoz interezadoz en él ¿Cuánto pidez a cambio? –Le pidió Artemisa.

-Ii iiyoo ooonooo oopiiiiidooo oodiiii iinerooo oonuuuuuncaaauuu…

-Entonces –Insistió Demothy.- ¿Hay algo que podamos hacer para que nos des el espejo?

-Puuu uueeedeeeuuu.-Pachiego se estaba poniendo de los nervios. Paga tenía una voz sumamente gangosa, y su tono fluctuaba arriba y abajo cómo una pegajosa telaraña mecida al viento.- Mmmeee eeaaapeteee eeceee eeecarneee eeedeee eeoooosoouuu…

-Disculpa, ¿Estás diciendo que quieres que vayamos a cazarte un oso? –Preguntó Natasha.

-Puuuu uueee eee eeesíuuu…

Pachiego bufó sonoramente. El tío ese estaba loco si por un sucio espejo, por muy de concha que fuera, pretendía que le trajeran un oso. ¡Un oso! Pedazo de pincho que se podría hacer con un…

-¡Ooo ooo ooosooouuu…!- Lloriqueó Paga.

-¡Vale, vale! –Concedió Demothy.- Te traeremos tu oso ¿De acuerdo?

-¿Ooo ooo ooosooouuu…?

Los compañeros empezaron a salir de la choza de Paga no sin cierta sensación de alivio. Desde dentro la voz del metis seguía implorando su oso.

-Bueno tíos, ¿Y ahora que hacemos? –Preguntó Rastalf.

-Pues tendremos que ir a buscar un oso. –Dijo el indio, encendiéndose un cigarrillo.- Gabriel, ¿puedes oler algún oso desde aquí?

Si no fuera porque una frondosa capa de pelo albino cubría sus mejillas y sus orejas, Pachiego hubiese asegurado que el metis se había puesto colorado.

-Es que… -Dijo Gabriel.- … no sé cómo huele un oso.

Los compañeros parecieron meditar unos momentos. Él, personalmente, no recordaba haber olido nunca un oso, ni en su tierra, Donostia, ni en Barcelona donde luego se mudó, habían osos. Miró nervioso los alrededores nevados. ¿Nieve?

-Pero los osos… -Dijo.- ¡Los osos hibernan! ¡Ahíva la ostia, joder!

-Sí, ya había pensado en eso… -Dijo Demothy dando otra calada.- Ni huellas visibles ni rastro alguno, la nieve se ha encargado de borrar todas las pistas. Por eso le he pedido a Gabriel que use su olfato, es mucho más sensible que nuestra vista.

-¡Pero yo no sé cómo huele un oso! –Insistió Gabriel.- ¡Soy un hombre lobo de ciudad!

-Busca un olor de pelo, de un animal muy grande. –Intentó ayudarle Demo.- Piensa que hace semanas que duerme y no habrá bajado a ningún río, por tanto el olor será contundente, hasta un poco rancio. También podrías notar el olor de humedad de su cueva…

-¡Ah! ¿Es eso? –Dijo el metis sorprendido pero alegre.- Ese olor si que lo he notado, ¡Viene de allí! -Estiró su largo brazo en la dirección.

-Pues… ¿A que esperamos? –Dijo Monoquebaila cambiando su cuerpo a lupus. Los compañeros le imitaron y siguieron a la carrera tras su alfa en la dirección que les había indicado el ciego. Pachiego se demoró. Contemplaba embobado la colilla pisoteada del cigarrillo que se había fumado Demothy. Inconscientemente se palpó el bolsillo y tocó dos bultos que crepitaron. Cogió uno de ellos y lo desenvolvió. Se llevó el caramelo de menta a la boca y lo royó sin miramientos. Se palpó el bolsillo y notó con fastidio un único bulto.

-¡Mmiii iiooo ooooosooo ooouuu…! –Decía Paga desde dentro de la choza. Pachiego bufó de nuevo… y se lanzó a la carrera tras sus compañeros, también en forma de lobo, hacia las profundidades del bosque.


Tags: Manada_Luna_Fría

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