Cuando saltaron de nuevo al mundo físico,
Demothy tuvo la sensación de entrar en un congelador. La temperatura
era de varios grados bajo cero y todo estaba nevado. La puerta de
entrada era una gran piedra pulida, por donde poco después vio entrar a
sus compañeros. El túmulo al que habían llegado era bastante más grande
que el de Vallgorgina. El portal estaba situado en un pequeño valle
circular, con unas paredes inclinadas que debían medir unos dos metros
de altura. Parecía un cráter. En la parte de arriba había varios garou,
homínidos y lupus, que los observaron y dieron la bienvenida a Lanegra.
-Buenos días, compañeros. –Les gritó ésta, para que la escucharan.- Hemos venido a solicitar audiencia al Margrave Konietzo.
Los garou se miraron entre ellos y se dijeron algo que Demothy no llegó
a escuchar. Uno de ellos dio media vuelta y desapareció. Lanegra hizo
un gesto a los compañeros para que subieran con ella. Desde su
posición, Demothy pudo ver los tejados de algunas construcciones de
madera. Era como un pequeño poblado antiguo. En su mente apareció el
recuerdo de un sueño. Era extraño. Habían salvado a las brujas del
túmulo gracias a la interpretación de ese sueño, pero se había vuelto a
repetir. Esta vez era distinto. Sentía que los garou estaban confusos o
no eran capaces de reconocer a su familia, a los de su propia sangre.
Él mismo, en el cuerpo de ese gran crinos, estuvo a punto de degollar
al que luego vio que era su hermano. Engañados. En el sueño sabía
quién. En el sueño sabía porqué. Pero ahora… Un grito le sacó de sus
pensamientos.
-¡William, desgraciado! ¡Cómo te atreves a volver por aquí! ¡Te dije
que si te volvía a ver te mataría!- Gritaba un hombre corpulento en el
borde superior de la cuesta. Les hacía gestos ofensivos con los brazos.
De improviso se lanzó a la carrera en pos de los chicos con intenciones
agresivas. Mientras bajaba su cuerpo tomó la destructiva forma de
crinos. Los compañeros se pusieron en guardia. El hombre se abalanzó
sobre Pachiego.- ¡Dejaste morir a Hans! ¡Tú lo dejaste morir, William!
¡Y lo pagarás caro! -Los primeros segundos de confusión dieron paso a
una reacción en equipo de los chicos. Pachiego se retiró de nuevo al
fondo del cráter, consciente de que el objetivo, sin saber porque, era
él. Rastalf y Demothy se lanzaron a la carrera en pos del hombre
mientras sus cuerpos pasaban también a crinos, con la intención de
detenerlo. Debía haber una confusión, debían hacerlo entrar en razón.
Gabriel, ya en su cuerpo natural de crinos, se plantó delante de
Pachiego. Lanegra que estaba más lejos del vasco, corrió también hacia
él.
El indio vio la intención del hippie. Éste que se encontraba más
cerca del agresor, lo alcanzó primero. Se puso delante del crinos para
frenar su avance. Se agacho para fijar su hombro en el vientre del
crinos y recibió la envestida. A duras penas pudo contenerlo. Demothy,
corriendo hacia ellos, se dio cuenta que el hippie sólo no podría
detenerlo. Vio a Artemisa, que por su situación, podría llegar antes
que el crinos se sacudiese de encima a Rastalf.
-¡Artemisa! –Le gritó Demothy mientras corría.- ¡Ayuda a Rastalf!
La mujer lo miró con cara de no tener la más mínima intención de
hacer nada para ayudar a Pachiego. El indio calculó el tiempo que
podría resistir Rastalf. Por suerte el agresor no parecía interesado en
golpearle, parecía que sólo tuviese ojos para el vasco. Pocos segundos.
Lo que tardaría él en llegar. Apremió el paso. Cuando estuvo cerca de
los dos garou entrelazados, saltó sobre el agresor por la espalda,
agarrándole por el pecho e inmovilizando sus brazos para evitar que en
su furia pudiese arremeter contra Rastalf. Se dio cuenta que ni entre
los dos podrían llegar a pararle.
-¡Artemisa! –Insistió Demothy.
La mujer seguía en sus trece. Se cruzó de brazos. En su mirada se
veía una expresión de conflicto. Luchaba con dos ideas, pensó el indio,
su lealtad a la manada y su rivalidad con Pachiego.
-¡Artemisa! –Gritó Lanegra, que estaba formando barricada con Gabriel delante de Pachiego.- ¡Tu líder necesita tu ayuda!
-¡Te voy a destripar, William! ¡Hijo de puta! –Gritaba el crinos.
Demothy notaba las pulsaciones del cuerpo del guerrero. La rabia fluía
salvaje por sus venas. De una sacudida se libró del indio, pero un
segundo fue lo que tardó Artemisa en salir en su ayuda. Demothy se
incorporó con una rapidez increíble, y junto con la mujer lo agarraron
cada uno de un brazo.
-¡Pero que dices, tío, que yo soy Pachiego Pacho! ¡Ahíva la Ostia,
joder! ¡Que no me llamo William!- Gritó el de la chapela, intentando no
hacer ningún gesto que pudiera envalentonar más al hombre. Aunque
sintió que su cuerpo pulsaba para cambiar de forma, contuvo su rabia y
se mantuvo en el cuerpo de hombre.- ¡Pa-chie-go! –Repitió.
-¡Aunque te pongas una ridícula boina sobre la cabeza a mí no me
engañas, William! – Seguía gritando el crinos. Luchaba por zafarse de
la presa de los tres compañeros. Empezaba a darse cuenta que su fuerza
no le bastaría para librarse de ellos.
-¡Que ze llama Pachiego! –Gritó Artemisa, librándose por fin de la
reticencia de ayudar al de la chapela.– ¡Y él no te conoce de nada! ¿No
ez azí, Pachi?
-¡Pues claro que no! –Confirmó.- ¡Ni a ti ni a ese tal Hans! ¡Ahíva la ostia, joder!
-¡Te voy a matar, jodido hijo de puta! –Repetía el crinos
Gabriel, de un salto, avanzó y se puso cara a cara a con el garou.
-¡Escúchame bien! –Le dijo el crinos albino.- Este hombre no es
William, es Pachiego. Es imposible que sea el que tú dices, porque tuvo
su segundo nacimiento hace menos de una semana. Si no quieres creerme,
entonces tienes un problema, porque si insistes en pelear contra él,
deberás pelear contra todos nosotros. ¿Me has entendido?
El agresor gruñó y enseñó los dientes. Demothy pensó que, aunque
Gabriel no lo viera, sabía perfectamente que le estaba desafiando.
Cualquier otro garou hubiese cedido a la rabia y lo hubiese degollado
allí mismo. Pero no Gabriel. Mantuvo la calma. A ojos del indio con
demasiada facilidad. El crinos se relajó y como muestra de ello para
los compañeros, devolvió su cuerpo a homínido. El ciego se separó de
él, Demothy y Artemisa lo soltaron. Rastalf se apartó y se irguió en
toda su envergadura.
-¡Es propio de un cobarde esconderse detrás de sus amigotes, William!
–Le dijo, amenazando con un puño que ya era humano.- ¡Pero estaré
vigilándote! ¡Esto no acabará así!- Dijo. Y se alejó con paso bravucón.
Los compañeros lo observaban mientras se perdía entre la marea de
curiosos que habían atraído. Se relajaron al verle desaparecer.
-¿Quien era ese? ¡Ahíva la ostia! ¡Esta chalado, joder! –Le preguntó Pachiego a Lanegra.
-¿A mí me lo preguntas… William? –Le dijo, con una sonrisa pícara.
-¡Oye! –Se quejo el hombretón.- ¡Ahíva la ostia, joder!
El grupo subió la pequeña pendiente. Desde
arriba se veía todo el pueblo. Demothy localizó enseguida una casa, una
más grande que el resto. Parecía una biblioteca. Tomó nota mental de
ella. Lanegra avanzó hasta otra casa también bastante grande. Delante
de la puerta pudo ver a un hombre, plantado, con los brazos en jarras.
Iba vestido con unos pantalones y una banda sobre el pecho, ignorando
el frío que reinaba en esas tierras. Aunque tenía los cabellos blancos
y sus ojos denotaban su avanzada edad, sus músculos definidos y
poderosos la desmentían. Su pecho y sus brazos albergaban gran número
de cicatrices. A sus costados dos crinos dorados hacían las veces de
guardaespaldas.
-Margrave Konietzo. –Le saludó Lanegra.
-Seas bienvenida, Lanegra. Espero que estés sólo de paso. –Le contestó él, secamente.
-He venido por algo más importante que sólo estar de paso, señor.
Son… estos cachorros, requieren audiencia del Margrave. –Dijo ella.
-Cuéntame, mujer, así decidiré si debo ocuparme de ellos.
-Son, todos ellos, cachorros de la Luna Fría. –Demothy vio que ella
miraba al hombre fugazmente, esperando ver alguna reacción en él.
Konietzo seguía impasible.- Antes que ningún seguidor de Gaya los
encontrara, un ser del Wyrm les engañó para que realizaran un acto de
traición a un aliado.
-¿Un ser del Wyrm? –Preguntó. – ¿Habéis acabado con él?
-No, desapareció. –Dijo ella, incómoda.- Pero estos cachorros
desean ser juzgados por el Margrave Konietzo por haber colaborado,
aunque sin saberlo, en la muerte del vampiro Sushi.
-¡Sushi! –Dijo, sorprendido.- Su muerte fue una gran pérdida para
la comunidad garou. ¿Así dices que estos cachorros colaboraron en su
muerte?
-Sí, ese ser del Wyrm les engañó para que tomasen fotos de su
confraternización con Jordi Aullido en la Niebla. Lo delataron y los
vampiros lo mataron. –Confesó Lanegra.
-Lo que me cuentas es muy grave. Debo convocar a las tribus. –Bajó
la voz y la miró a los ojos.- Sabes a lo que te expones ¿verdad? Sabes
que van a solicitar el precio de la sangre…
-Lo se, Margrave, y ellos también son conscientes de ello. –Contestó. Su tono fue lúgubre.
-Pues que así sea. Disfrutad de nuestra hospitalidad mientras envío
los emisarios. Seréis convocados. –Le dijo. Con un ademán, Konietzo se
despidió y entró de nuevo en la casa de madera, seguido por sus dos
guardaespaldas.
Demothy se acercó a Lanegra. Notó a distancia su desazón. Le puso la mano en el hombro.
-¿Cómo ha ido?
-Vaya, no te sé decir. –Dijo, con una sonrisa triste, la mujer.- Ahora tenemos que esperar. Pronto nos avisarán para la vista.
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