Natasha
conducía su flamante deportivo. A su lado el indio con el mapa, detrás
Gabriel, Pachiego y Rastalf. Artemisa la seguía con su moto, llevando a
Drackk. Era oscuro. Mientras conducía pensaba en el pequeño juguete que
llevaba en su bolso Dolce Gabbana. Demostraría a Artemisa y a los
chicos lo buena tiradora que era. De hecho era buena en todo lo que
hacía. Desde pequeña sus padres fueron muy exigentes con ella y jamás
les había defraudado. Bueno, tampoco es que tuvieran mucho tiempo para
ver sus progresos, ni tampoco para ella. Siempre estaba de clase en
clase. Cuando salía del colegio, de pago, obviamente, iba a hacer
esgrima, equitación, tiro con arco, francés, bordado, etiqueta,
natación, centros florales y un largo etcétera. Llegaba por la noche a
casa. Jeofry le servía la cena. Sus padres no habían llegado todavía.
Ella se iba a acostar. Por la mañana le despertaba la luz del sol
cuando Jeofry descorría las cortinas. Le había preparado el desayuno.
Comía sola, sus padres se habían marchado ya a la oficina. Sólo los
veía un rato el domingo, cuando iban al club de golf. Su padre y su
madre, muy bien vestidos, iban a jugar con sus jefes, o sus clientes.
Ella se quedaba con Jeofry que le llevaba a dar clases de equitación.
Sus padres eran unos auténticos desconocidos para ella. Ahora estaban
fuera, de viaje. Ella sabía que no volvería a verles jamás. No le
importaba.
Y Jeofry, a él no podía permitirse echarle de
menos, sólo era del servicio. Tampoco no le importaba volver a verle
¿Porque debería sentir siquiera algún tipo de aprecio por él? Sus
padres le pagaban para que cuidara de ella, ya tenía suficiente
recompensa, no hizo más que lo que era su trabajo. Estaba segura, a él
tampoco lo echaría de menos.
Pero una lágrima delatora manchó de rimel su mejilla.
-Aparca
aquí mismo,-le dijo Demothy, sacándola de sus pensamientos. Limpió su
rostro de un manotazo.- Aquí hay una zona en la que los vehículos
pueden permanecer ocultos desde la carretera.
Cuando los faros
del deportivo iluminaron el arcén vio lo que decía su copiloto. Un
camino, que quizá en algún momento fue transitable, ahora se cubría de
vegetación. Pero el coche podía entrar en él unos metros y quedaría
oculto en su mayor parte. La moto de Artemisa era más fácil de
esconder. Bajaron del coche. Natasha recopiló ramas y hojarasca, y
ayudada por Rastalf, cubrieron la parte trasera del vehículo.
-¿Alguien más nota la peste esta? -Dijo Gabriel mientras husmeaba el aire.
-No, -Dijo Demothy.- ¿De dónde viene?
-Yo sí que la noto, -Dijo Drackk.- pero no viene de ningún sitio, está en toos laos.
-Bueno, -Dijo Pachi.- ¿por dónde vamos?, que a mí esto me parece todo igual, ¡Ahivá la ostia, joder!
-Yo
iría por allí, zi te fijaz, el muzgo crece en dirección a la carretera.
Azí que zi entramoz perpendicularmente a la carretera, noz eztaremos
dirigiendo al zur, ez decir, hacia abajo en el mapa que tiene Demo, que
ez la zona que nos marcó Phillip.
-¡Venga ya! ¿Donde se ha
visto que una mujer sepa orientarse? ¡A la que salís de la cocina os
perdéis! ¿Vais a hacer caso a Artemisa? El mapa dice que vayamos hacia
abajo. Yo propongo ir hacia abajo. Mira, por allí parece que hace
bajada ¿Vamos o no? ¡Ahivá la ostia, joder!
Se hizo un
silencio incómodo. Natasha no confiaba en las capacidades de Artemisa,
pero su razonamiento parecía lógico, al contrario que el de Pachiego.
De hecho había encontrado de muy mal gusto su comentario machista.
-Disculpad, yo voy por donde dice ella, y démonos prisa o no llegaremos a tiempo. -Zanjó.
-Sí,
vamos, -concedió Demothy. Los demás les siguieron en procesión.
Escucharon al hombretón de la chapela que gritaba tras ellos.
-¡Ahivá la ostia! ¡Y se van por allí! Pues si os perdéis acordaros de lo que os he dicho ¡Joder!
Avanzaban
penosamente, en parte por culpa de sus tacones. Artemisa se paraba y
observaba el crecimiento del musgo en piedras y troncos. Esperaba que
luego supiesen volver. Se giró. Cerraban la comitiva Drackk y Gabriel,
aprovechando el olfato de sus cuerpos de lupus. Los vio a ambos cómo,
al avanzar, se paraban a cada árbol y levantaban la pata trasera. Puso
los ojos en blanco. Bueno, así al menos el camino de regreso estaría
marcado. Llegaron a un punto donde vieron un resplandor dorado en
frente. Siguieron acercándose, en silencio, manteniéndose ocultos entre
los arbustos. Observaron la escena. Natasha no estaba preparada para
ver lo que se abría ante sus ojos. Cinco mujeres, con cabeza de lobo y
túnicas negras, danzaban alrededor de una hoguera, parecía que
estuviesen en una especie de trance. En sus manos tenían unas espadas
rituales plagadas de joyas y piedras preciosas. La que parecía la
líder, que estaba un poco separada de las demás, empuñaba un hacha,
también enjoyada. Para Natasha, las piedras y metales preciosos eran
una debilidad. Aquel metal era demasiado pálido para ser acero, eso
era...
-¡Llevan armas de plata!- Cuchicheó a Demothy. Lo vio concentrarse y cerrar los ojos. -¿Qué haces?
-Phillip
nos ha dicho que eran brujas. Deben estar empezando a hacer el ritual.
Sabía que si te concentras lo suficiente, puedes sentir la magia... y
hay magia aquí, deben estar invocando algo...
-¿El Wyrm? -Preguntó Natasha. Demothy subió los hombros, interrogante.
-Es
que..., quizá deba contaros algo. Cuando era más pequeño tenía sueños
que me hablaban de la realidad, premonitorios. Esta noche he vuelto a
tener un sueño. He soñado que nos enfrentábamos a gente inocente. Quizá
era una señal...
-¡Espera tío! -Dijo Drackk, ya en forma
humana. Gabriel había abandonado la protección de los árboles y había
avanzado hacia las llamas. Parecía confiado, pero alerta.
-¡No vayáis! -Decía Demothy. -¡No vayáis! Esperemos a ver su reacción.
Gabriel
avanzó. Las mujeres con cabeza de lobo parecía que no se habían dado
cuenta. Un movimiento entre los árboles llamó la atención de Natasha.
Era algo grande y oscuro. Se fijó y vio que se trataba de la chapela de
Pachiego. ¡Vaya, por fin había llegado! Se escondía torpemente entre
los arbustos. Tampoco lo habían visto.
Gabriel había entrado
en una zona más iluminada, todavía su cuerpo en forma lobuna. Su
aullido sonó calmado. Golpeó con su cola el suelo y torció la testa a
un lado. Buenas noches, les dijo.
Las mujeres lo miraron,
recelosas, con sus ojos de lobo. Dudaron unos momentos, escasos
momentos, hasta que la que parecía la líder gritó:
-¡El Wyrm! -La respuesta de las otras no se hizo esperar. Salieron a la carrera en pos del ciego.
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