
El pequeño tuvo por primera vez consciencia de sí mismo y de su misión. Esta tenía relación con el saquito que tenía en su manita, que al agitarlo hacía sonar las piedrecitas de su interior. Así pues, el pequeño ser bajó de a nube en la que había sido creado y cayó en el hemisferio norte del mundo de los humano… Norte... Era una palabra que le gustaba, así como el lugar, por lo que decidió que así se llamaría él.
Norte llegó por fin a tierra firme y se adentró en la ciudad de los humanos, impaciente por empezar a usar las piedras. Podía campar a sus anchas, visitar aquellos lugares que estaban prohibidos a la mayoría de los humanos, dado que ningún mortal podía verle, pero no había tiempo para esas minucias, Norte tenía una misión.
En medio de la ciudad, observó a la gente con atención, a sus ojos solo habían dos tipos de personas, las que le necesitaban y las que no. Aquellos que no le necesitaban, eran capaces de encontrar a quien era capaz de completar la mitad de su ser, abrazar a otro humano hasta que sus almas se volvían una, cosa que les hacía más felices. Norte lo sabía, y esta felicidad que emanaban la adoraba, por ello abrió el saquito y empezó sacar piedras que ayudarían al resto a encontrar aquella persona que les hiciera felices.
Después de mucho esfuerzo, Norte había acabado por fin con todas las piedras de su saquito y observó su obra. Era un lugar maravilloso donde todos tenían a alguien a su lado, alguien a quien amar y con quien fundirse en uno solo. Se sentó sobre una nube y contempló toda la felicidad que había creado. Todo era perfecto entre los humanos, el amor, los besos, las caricias, el sexo…
Sin dejar de contemplarlos, metió la mano en su saquito ya vacío.
No había ninguna piedra para Norte.
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